Camino Torío (publicado en 2012)
El artista expresionista Münch plasmó en su grupo de obras más conocidas la desesperación del ser humano ante una vida hostil. Figuras distorsionadas con formas retorcidas reflejan la agonía de la existencia en su versión más unamuniana. Las diferentes versiones de la obra fueron objetos de sucesivos robos que finalmente fueron encontrados por la diligente policía noruega.
Si al pueblo nórdico le robaron el grito, al pueblo leonés la han quitado parte de él. Al parecer el rastro dominical se ha quedado sin voz. Un informe elaborado por el equipo de gobierno del consistorio capitalino obliga a manifestar los precios a una escala de decibelios que no perturbe la calma de los paseantes.
Los escandinavos pudieron recuperar el grito, pero los leoneses no. Me perturba enormemente la escasa repercusión y pasividad ante la noticia. Va a desaparecer una de las costumbres más entrañables de las compras en el rastro y ni nos hemos «indignado» ante la supresión del simbolismo emocional.
El encanto del rastro radica en los pequeños detalles que le diferencian de las tiendas comerciales. Cada tenderete carece de escaparate y letrero de neón, así que es lógico que publiciten sus ofertas a base de vocear las gangas.
Desde que los ropavejeros se instalaron en las afueras de Madrid originando los primeros mercadillos ambulantes, la costumbre del voceo no ha molestado a nadie. En aquellos primeros años, ni siquiera incomodaba el rastro de sangre que dejaban las reses en su vuelta del matadero dando así origen al nombre con el que después serían conocidos los mercadillos al aire libre.
Es fascinante observar como una obra pictórica puede reflejar tanta actualidad a pesar de haberse realizado a finales del siglo XIX. El grito de Münch responde a una forma de rebelarse ante las injusticias sociales y desigualdades económicas que acompañaron la Revolución industrial. ¿Acaso no nos suena el tema?
Son cuadros de gran expresividad y fuerza psicológica que plasman el drama social. Una situación que es muy parecida a la que nos rodea. No me gustaría pasearme por la ciudad siendo una figura autómata presa de normas sociales. Quiero gritar y que me griten aunque sea el precio de una camiseta de «cavin klin» a un euro.